miércoles, 17 de septiembre de 2008

Cultura y animación

Por María Celeste Vargas Martínez y Daniel Lara Sánchez (Los Anima-Dos)


Como señalábamos en el artículo anterior, a lo largo de la historia de la animación nacional se han presentado varios problemas, de los que ya hemos hablado, que han impedido su correcto desarrollo. Algunas de esas dificultades han sido constantes desde tiempos pasados hasta la actualidad. Sin embargo, hoy día tenemos que luchar con la que es, quizá, la peor de todas: la falta de apoyo a la cultura por los gobiernos de derecha (¿quién dijo que el azul era un buen color?).
Pero para comprender mejor la relación entre cultura, políticas oficiales y animación, es necesario que aclaremos qué se entiende por “Cultura” y cuáles son las implicaciones del término. Para ello, nos basaremos en la obra Ideología y Cultura Moderna, del teórico John B. Thompson, editada por la UAM Xochimilco (la edición que nosotros consultamos es la segunda, publicada en 1998).
En el capítulo 3 del libro citado, Thompson demuestra que a lo largo de la historia el concepto de cultura ha tenido un variado número de significados. La palabra “Cultura”, etimológicamente hablando, viene del latín Culturaem que literalmente, significa “cultivar”. Con base en esta acepción, la sociedad europea victoriana de finales del siglo XVIII entendía a la cultura como “el proceso de desarrollar y ennoblecer las facultades humanas, proceso que se facilita por la asimilación de obras eruditas y artísticas relacionadas con el carácter progresista de la era moderna” (Thompson: 189). A esta definición, el autor la llama “concepción clásica de la cultura”.
Si somos observadores, podemos darnos cuenta que, a pesar de que estamos en pleno siglo XXI, la concepción clásica de la cultura sigue vigente: todavía se piensa que la cultura es solamente aquello que tiene carácter de erudito, aquello para lo que se necesitan ciertos conocimientos para comprenderlo, las bellas artes, por ejemplo. Si consultamos las secciones culturales de los periódicos, notaremos cómo hablan solamente de exposiciones, libros, teatro, ópera, música clásica, cine de arte, etcétera.
Según esta concepción, no todas las producciones animadas podrían ser consideradas como culturales o como parte de la cultura, sino sólo aquellas que tuviesen en sus contenidos mensajes destinados a favorecer el intelecto y humanismo de sus receptores (visto así, prácticamente toda la animación mexicana quedaría fuera de esta concepción y sólo algunas animaciones europeas o asiáticas, y una que otra gringa, podrían ser denominadas como “culturales”). Los teóricos de Frankfurt (Adorno, Horkheimer, etcétera) estaban, sin conocerla como tal, a favor de esta concepción.
La palabra “Cultura” adquirió otro significado durante el siglo XIX, cuando la antropología, como ciencia social, se puso de moda debido a la colonización que las potencias occidentales ejercían sobre países dominados. Y entonces surgió la que Thompson llama “concepción descriptiva de la cultura”, según la cual, la cultura de un grupo o sociedad es “el conjunto de creencias, costumbres, ideas y valores, así como los artefactos, objetos e instrumentos materiales que adquieren los individuos como miembros de ese grupo o sociedad” (Thompson: 194).
Ésta es quizá la concepción de cultura más conocida y aceptada. Cuando en la primaria y secundaria los profesores nos hablaban, por ejemplo, de la cultura egipcia o de la cultura maya, estaban precisamente basándose en esta concepción. Aquí, “cultura” es sinónimo de “civilización”. Y de acuerdo con esta concepción, tampoco todas las producciones de animación podrían ser consideradas como culturales, salvo que en sus contenidos reflejen, precisamente, las costumbres, creencias y/o demás elementos relativos a una civilización específica ubicada en un espacio y tiempo concretos.
Así, en la historia de la animación mexicana, hay algunos ejemplos de este tipo de cintas: desde el antiguo corto del doctor Vergara, Noche mexicana (1936), donde se representa una tradicional posada decembrina, hasta el reciente largometraje La leyenda de la Nahuala (Arnáiz, 2007), pasando por las referencias a las artesanías y otras tradiciones nacionales que Fernando Ruiz introdujo en Los Tres Reyes Magos (1976). En el ámbito internacional, por ejemplo, las primeras animaciones chinas y japonesas estaban totalmente basadas en sus leyendas y tradiciones, así como las producciones europeas que rescataban su folklore.
Otra concepción de la cultura que se relaciona con la antropología es la simbólica, aportación del antropólogo Clifford Geertz, quien en su libro La interpretación de las culturas (editado en español por Gedisa), afirma que el ser humano es la única especie que crea y usa símbolos, lo que lo distingue de los demás animales, por lo que la cultura debería ser “el patrón de significados incorporados a las formas simbólicas –entre las que se incluyen acciones, enunciados y objetos significativos de diversos tipos– en virtud de los cuales los individuos se comunican entre sí y comparten sus experiencias, concepciones y creencias” (Thompson: 197).
Y es cierto. Hasta donde sabemos, el ser humano es el único animal simbólico. Si algún día un zoólogo nos informa que encontró en la madriguera de una ardilla símbolos ardillescos como una efigie del dios ardilla o un póster de una ardilla hembra en bikini, ya sabremos que no somos los únicos animales simbólicos, pero mientras no sea así, los símbolos son creaciones netamente humanas, por lo que la cultura, creación humana, se basa en ellos.
De alguna manera, esta concepción se relaciona con la anterior, pues los símbolos necesariamente tendrán un significado basado en lo que las propias culturas les otorgan. Así, por ejemplo, en La leyenda de la Nahuala hay diversos símbolos (como la ofrenda del día de muertos, las calaveritas de dulce y demás) que sólo pueden tener significado preciso para los miembros del grupo social que, en su origen, los crea y los comparte. Cuando esta película sea exportada, los símbolos mencionados tendrán nuevos significados para quienes los reciban de acuerdo a sus propios contextos, aunque finalmente mostrarán parte del patrimonio cultural simbólico de México.
Después de este recorrido histórico, Thompson propone su propia concepción de la cultura, a la cual llama “estructural” y consiste en afirmar que el análisis cultural debe ser entendido como “el estudio de las formas simbólicas –es decir, de las acciones, los objetos y las expresiones significativos de diversos tipos– en relación con los contextos y procesos históricamente específicos y estructurados socialmente en los cuales, y por medio de los cuales, se producen, transmiten y reciben tales formas simbólicas” (Thompson: 203).
En cristiano: las expresiones culturales humanas deben ser entendidas como formas simbólicas. ¿Qué es una forma simbólica? Precisamente, las acciones, objetos, expresiones, palabras, imágenes, sonidos, y/o la combinación de éstos, que tienen un significado, se insertan en contextos sociohistórico y comunican algo. Y en ellas se encuentra la cultura. En ese sentido, las producciones animadas son formas simbólicas: se insertan en contextos específicos (tanto en su producción como en su recepción y consumo), comunican algo (mensajes diversos) y están formadas por la combinación de imágenes, sonidos, palabras y expresiones. Su significado es planeado por quienes las producen y modificado y adoptado por quienes las consumen.
Sea cual sea la concepción de la cultura que más nos guste o con la que estemos de acuerdo, hay una realidad en México a la que nos referíamos al principio de este artículo: la animación, como fenómeno cultural, ha sido casi siempre ignorada por los gobiernos, tanto durante la época priísta, pero todavía, y aun más, por las autoridades panistas.
Podríamos incluso preguntarnos: ¿cómo entienden nuestros gobiernos a la cultura? ¿Tendrán clara alguna de las concepciones mencionadas, o ni siquiera se han llegado a preguntar qué es la cultura y por lo tanto no existen políticas culturales estructuradas?
Si el gobierno mexicano entiende a la cultura dentro de la concepción clásica, ¿será por eso que la animación es despreciada, por no tratarse de manifestaciones culturales eruditas y humanísticas? Y si lo fuera, ¿entonces sí la apoyaría?
Si nuestras autoridades están de acuerdo con la concepción descriptiva… ¿su desprecio hacia la animación se deberá a que, según ellos, no refleja nuestras costumbres, creencias y tradiciones? (Aunque ya hemos visto que no es así).
Si nuestros gobiernos piensan en la cultura como la entiende la concepción simbólica… ¿la falta de apoyo a la animación se deberá a que no encuentran en ella los símbolos necesarios para seguir construyendo una identidad nacionalista como a ellos les conviene?
Y si los gobiernos mexicanos creen en la concepción estructural… ¿harán a un lado la animación porque no han entendido a la cultura misma y a la propia animación y la seguirán viendo como un simple entretenimiento infantil?
Lo mismo podríamos decir de los empresarios. Por poner un ejemplo, ¿cómo entender que TV Azteca apoye con dinero y promoción animaciones hechas en otros países como las peruanas del estudio Almapayo y no invierta un peso en la animación mexicana?; ¿Por qué Televisa sólo hace acuerdos con Ánima Estudios habiendo más casas de animación en el país? ¿Por qué Canal Once transmite varias series animadas, muchas de ellas excelentes, pero nunca mexicanas?
La respuesta está, seguramente, en que no han entendido la importancia de la animación como parte de la cultura. Y no han entendido a la cultura, ya no digamos de acuerdo a cualquiera de las concepciones mencionadas en este texto, sino como elemento fundamental de las sociedades humanas. Mientras no se apoye a la cultura en este país, seguiremos quejándonos de la inseguridad, la corrupción y la mediocridad.
Hasta la próxima y… ¡Anímense a opinar!